lunes, 27 de enero de 2014

El último suicidista (7a parte)

David sonrió. Sonrió por dos motivos: el primero era que sabía que era verdad, que podía contar con él en lo que fuera y el segundo era que Gabriel había salido de allí sin pagar, a propósito. David se quedó en el bar un rato más, estaba suscrito a la web de los suicidistas y acababa de recibir una notificación al móvil de un nuevo vídeo. Se puso los auriculares y le dio al play. El vídeo volvía a contener la voz de Ana. Esperaba que sus fieles hubieran disfrutado de la mano que, desde el cielo, ella había enviado para ayudar. Daba gracias a todos sus seguidores por el apoyo del día anterior y por la idea de acampar en la plaza hasta que el ayuntamiento cediera.
David recordó entonces que había visto al científico Héctor Jueves en la concentración del día anterior: era uno de los que llevaba megáfono. David decidió ir a la acampada a investigar. Llegó sin problemas a la plaza, pero entrar a ella fue más difícil, habían delimitado el perímetro con tiendas de campaña y habían dejado dos entradas vigiladas por dos hombres grandes como gorilas que sólo dejaban entrar a los que tuvieran el dispositivo instalado. David les pidió pasar enseñándoles la placa policial pero eso les dio a los vigilantes más motivos para no dejarlo entrar. Entonces David escuchó una voz que le hizo sentir emociones contradictorias.
-¿Papá? – Su hijo lo saludaba desde el otro lado de los gorilas. Alejandro se acercó a ellos – No os preocupéis, es mi padre, dejadlo pasar.
A regañadientes los hombres se apartaron y dejaron pasar a David. Padre e hijo se abrazaron. Ambos querían saber qué hacia el otro allí.
-Esto es genial, papá. Los campistas son muy amables y han creado una pequeña sociedad. Está viniendo gente de todos los puntos del país.
-Me alegro que estés disfrutando, hijo.  – David quiso ser amable con él, pero su intención era acabar con todo aquello cuanto antes. – Me preguntaba si podrías ayudarme. ¿Has visto a este hombre?
David le enseñó la foto que Gabriel le había dado antes.
-Sí, claro. Lo conozco. ¿Ha hecho algo malo?
-De momento no lo sé. Dime dónde lo puedo encontrar, quiero hablar con él. No puedes venir, lo siento.
-Por allí – Alejandro señaló el lugar y David hizo el gesto para irse, pero su hijo lo cogió del brazo. – ¿Sigues enfadado? ¿No le vas a hacer daño, verdad?
Lo dijo como si ambas preguntas estuvieran relacionadas. David quiso tranquilizarlo e intentó darle la mirada paternal más serena que pudo. Le dio un beso en la frente a su hijo y se fue sin decirle nada.

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