Era común que, cuando David se enfadaba con
su hijo Alejandro, hablaba con él a través de su mujer y dando a entender que,
en ese instante no era hijo suyo, sino de su mujer.
-David, tranquilo. Yo también he puesto el
grito en el cielo. – Lo cogió del brazo y lo metió en la cocina para hablar sin
que Alejandro escuchara. – Pero he estado hablando con él, parece que ha
reflexionado mucho antes de hacerlo. Lo veo un poco más feliz, incluso ha
llamado y ha hablado con su abuelo, con tu padre, y le ha pedido perdón por
todo lo que ha hecho.
Alejandro y su abuelo no tenían muy buena relación.
Nadie sabe cómo empezó, pero en las reuniones familiares no se hablaban y, si
lo hacían, cada palabra era como un dardo lleno de veneno. David no supo cómo
sentirse al oír aquello. Por fin su hijo y su padre rompían las barreras que
ellos mismos construyeron. Se sentía aliviado. Pero ese pensamiento fue solo
durante un instante. David no era de los que pensaba que el fin justificaba los
medios. Decidió ir a hablar con su hijo de inmediato. De hombre a hombre.
Fue a la habitación de Alejandro y se sentó
en la cama. Su hijo estaba de espaldas a su padre, mirando la página web de los
suicidistas, viendo vídeos nuevos.
-Alejandro… mira, no quiero que te enfades,
ni me quiero enfadar. Sólo me disgusta que no me hayas consultado algo así de
importante antes…
David dejó de hablar ya que escuchó pequeños
sollozos: Alejandro intentaba no llorar. Giró su silla y abrazó a su padre.
-Lo siento mucho papá. Tendría que habértelo
dicho antes. Espero que lo entiendas.
-Mira, yo te apoyo en lo que sea, pero me
decepciona que no cuentes conmigo a veces. Sobre todo con lo que acabas de
hacer. Espero que te quites ese cacharro.
-Es que… ya no se puede. Es permanente –
David cerró los ojos y respiró profundamente para no cabrearse, su hijo siguió:
- No te preocupes, mañana hay una concentración y luego una asamblea de los
suicidistas para darnos a conocer mejor y afiliar a la gente. Vente, no te pido
que te unas, solo que vengas y abras la mente. – Hubo un momento de silencio,
continuó. – Debes entender que esto no quiere decir que me voy a suicidar en
cualquier momento. Sólo que ahora tengo el recuerdo de lo que me ata a este
mundo de una manera más intensa y quiero hacerla más fuerte.
David no creía lo que estaba pasando. Notaba
una sensación de miedo invadiéndole el cuerpo. No sabía si su temor era por
escuchar esas palabras de la boca de su hijo o que la voz que le hablaba
envolvía aquel argumento de sentido. Por un instante Alejandro casi convence a
su padre pero David se dio cuenta que el amor que le tenía a su hijo creaba una
empatía hacia aquella locura.
-Ya veremos – dijo David y se fue de la
habitación.
Esa noche, acostado en la cama al lado de su
mujer, investigó sobre el suicidismo. Buscó toda la información que pudo en
internet y revisó toda la página web de la secta de arriba abajo. Intentó darle
un enfoque objetivo e imparcial. El último vídeo publicado volvía a tener la
voz de Ana y pedía a todos sus fieles que asistieran a la concentración para
pedir que el ayuntamiento les concediera el centro religioso abandonado de la
plaza mayor. Ana también decía que intentaría, con todos los métodos posibles,
echarles una mano. David quería descifrar qué significaba aquello, dónde iba a
llevar todo eso, quién podría beneficiarse de algo así… pero cuanto más indagaba
menos respuestas encontraba.
David decidió ir a la concentración con su
hijo. No esperaba recibir ninguna revelación divina ni ninguna epifanía, pero a
lo mejor encontraba algunas respuestas o algún líder entre ellos que las diera.
Lo curioso es que no era el único. Cuando llegaron dónde estaba la multitud
corría el rumor de que la mismísima Ana iba a presentarse. Muchos tenían
camisetas con su cara o con la frase “Nada que perder” y casi todos tenían el
dispositivo ANA instalados. La concentración empezó como una caminata pacífica
desde la casa de Ana hacia la plaza Mayor, pero muchos de los suicidistas
llevaban megáfonos y empezaron a gritar que el edificio era legítimamente suyo
e intentaban convencer a la gente de utilizar su dispositivo en caso de que el
ayuntamiento no lo concediera. Utilizaban argumentos propios del suicidismo
pero los tergiversaban. Los que fueron convencidos por estos iban más animados
y el trayecto acabó en una manifestación delante del ayuntamiento. David estaba
con Alejandro en el perímetro de la multitud para tener una oportunidad de
salir de allí corriendo en caso de que aquella manifestación se convirtiera en
algo peligroso. A un hombre lo levantaron entre dos y, cuando consiguió
erguirse cogió un megáfono y empezó a hablar.
-Hermanos, todos sabemos por qué estamos
aquí. Sentimos que no somos parte de este mundo y sabemos que este edificio
abandonado tampoco lo es. Este edificio es nuestro por legitimidad poética –
David rió para sí mismo -, es nuestro hermano y si el ayuntamiento no nos lo
otorga lucharemos por él como mejor sabemos. Hagamos de nuestra mayor fortaleza
un arma. Que caiga en sus hombros el peso de nuestro sacrificio.
Algunos de ellos
empezaron a corear en voz alta: “Nada que perder”. El resto se le unió en poco
tiempo. David iba a coger a su hijo y a salir de allí aunque tuviera que
arrastrarlo. Lo cogió del brazo para salir pero un trueno atrajo la curiosidad
de todos. La atención pasó del hombre del megáfono al cielo, ahí se estaba
formando un cúmulo de nubes que poco a poco iban formando la figura de una mano
que señalaba el edificio del ayuntamiento y poco a poco iba acercándose a él.
El viento se levantó y una llovizna caía encima de los presentes. David susurró
un leve “no puede ser” para él mismo mientras contemplaba aquel increíble
suceso. La mano cada vez se acercaba más rápido al ayuntamiento hasta que chocó
contra el edificio, los cristales de las ventanas y vidrieras estallaron. Los
que estaban más próximos se cubrieron la cabeza cuando los trozos de cristal
cayeron al suelo. Un golpe de viento hizo que la mano se difuminara
convirtiéndose en una neblina y durante unos segundos se hizo el silencio.
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