domingo, 12 de enero de 2014

El último suicidista (3a parte)

David era un policía de bajo rango. Tenía un gran intelecto que solo utilizaba rellenando libros de pasatiempos. Guardaba en carpetas los sudokus, juegos lógicos y crucigramas que iba rellenando, eran su orgullo aparte de su mujer y su hijo. Su vida sencilla era tal y como él deseaba. Prefería los trabajos tranquilos de administración en la comisaría para poder volver a casa y leer o pasar una velada agradable con juegos de mesa.
Cuando la bomba del suicidismo explotó, hubo muchos comentarios en la comisaría, en su gran mayoría relacionados con la incapacidad de operación que tenía la policía. Los agentes no tenían mucho poder en internet más allá de perseguir a acosadores. Podían detener a alguien por inducir al suicidio pero en ese caso la culpable ya estaba muerta.
El caso es que aquella secta o filosofía se hacía cada vez más potente. Empezaron a comercializarse los dispositivos ANA creados para instalárselos en la sien derecha, el lugar por donde se disparó Ana. Esos aparatos contenían una carga explosiva capaz de matar a la persona que lo tuviera colocados y se podían activar con un comando de voz que sólo conocía el usuario. Por tanto el aparato proporcionaba al suicidista la opción de “desatarse” de este mundo en cualquier momento y lugar. Los dispositivos ANA se vendieron como churros las primeras semanas. Además, según la web, todo el beneficio recogido a través de esas ventas iría a parar a un fondo para los afectados por los suicidios en masa que produjo el vídeo que desencadenó la tragedia.
En aquel momento cualquier suicidista podía lucir de su dispositivo ANA en cualquier lugar al que fuera. Ya no era una secta escondida a través de la red, era una tendencia en la que incluso ancianos, obreros o políticos estaban incluidos.
David siempre disfrutaba de su descanso tomándose un café y un cruasán en el mismo bar. Sacaba su cuaderno de pasatiempos y mataba los veinte minutos resolviendo crucigramas. Una semana más tarde de que los dispositivos ANA se comercializaran, mientras David tomaba su café diario, escuchó gritos desde la puerta de la entrada.
-¡Eh! Tú no vas a entrar aquí con eso puesto.
David se giró para ver lo que pasaba. Iba con su uniforme policial así que si la cosa se complicaba debería mantener el orden. Un chico acababa de entrar al establecimiento, llevaba en su sien derecha uno de los dispositivos. Ante la reacción del propietario del bar se puso a la defensiva.
-¿Perdona?
-Ya me has oído chaval. No quiero a los de tu clase por aquí. No quiero que estalléis sin más.
Hubo un instante de silencio. El chico sonrió y le miró desafiante.

-¿No has pensado que probablemente lo único que me mantiene con vida es la rutina de ir al bar al que me atienden siempre con una sonrisa? No tengo pensado activar este cacharrito – dijo señalándose la sien – pero probablemente lo haga, ya que estás apunto de destruir lo único que me hace sentir ligado a este mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario