martes, 14 de enero de 2014

El último suicidista (4a parte)

Aquel chaval se había aprendido bien los argumentos principales del suicidismo. David no creía lo que veía. Era una amenaza de muerte invertida. El propietario del bar, que reconocía al chico por ser un cliente habitual, apretó los dientes con fuerza. Todos los clientes estaban pendientes de su decisión. Probablemente era un farol, pero no quería arriesgarse a intentarlo.
-Un café con hielo, ¿no? – dijo el propietario. El chico sonrió.
-Sí. Me alegro que te acuerdes. Perdona, por lo que te he hecho pasar.
El chico intentó darle una palmada amistosa en el brazo pero el hombre apretó los dientes con rabia, dio media vuelta y se fue a preparar el pedido. David no creía lo que veía. Ahí residía el poder de los suicidistas. Era algo horrible. No podía quedarse con los brazos cruzados. La firmeza del chico le sorprendió y David quería saber más. Se levantó, cogió su almuerzo, poniéndolo encima de su libro de pasatiempos que ahora hacía las veces de bandeja y se sentó en la mesa del chico que había protagonizado aquella escena.
-Hola. –Dijo con una sonrisa.
-Buenos días, agente. – Dijo el chico un poco cohibido. El uniforme policial siempre impone.  - ¿He hecho algo malo?
-No, no. No pasa nada. Técnicamente no estoy de servicio, es mi descanso. Quería hacerte unas preguntas, de manera personal.
-Adelante. – Llegó su café con hielo a la mesa y le puso el azúcar.
-Me gustaría saber más cosas sobre esto del suicidismo. No me quiero afiliar. Estoy seguro que nunca lo haré. Pero quiero entender más de vuestra “sabiduría”.
- Vaya, señor agente, es una pena que no quiera hacerse uno de los nuestros. Seguro que lo disfrutaría.
David se rió sin muchas ganas.
-No, chaval. Lo que no entiendo es cómo no tenéis miedo de que el dispositivo explote sin que se lo mandes.
-¡Para nada! Sólo se activará con el comando de voz que elegí y con mi voz.
-¿Y si te olvidas de él?
-Mira, cuando recibí el dispositivo había un manual de uso que recomendaba que la frase detonadora fuera lo contrario a lo que te hace seguir viviendo. – David lo miró sin entenderlo mucho – Me explicaré: si yo, por ejemplo, tengo una novia que se llama Marta y ella es la única que me retiene aquí, mi comando de voz será “Ya no amo a Marta” o “Marta y yo ya no nos queremos”. Ahí está la genialidad del aparato. No somos suicidas, somos suicidistas. Tenemos muy presente lo que hace que no nos matemos, y pasamos el día reforzando ese vínculo. Es sutil, pero es una alabanza a la vida.
Para David seguía siendo una locura. Tenía sentido, todo el rollo del “vínculo que lo mantenía con vida” estaba bien, pero no creía que hubiera que llegar a esos extremos. Le agradeció la charla a aquél chico, pero seguía compadeciéndose de él.
David llegó a casa a las cinco de la tarde, como siempre. No estaba cansado, el día había sido tranquilo pero los problemas iban a empezar en ese instante. Su hijo Alejandro se acercó a él con expresión nerviosa. Le dijo con voz temblorosa:
-Papá, no me mates. Mira.
Alejandro se puso de perfil a su padre y le enseñó el dispositivo ANA instalado en su sien derecha. A David se le cayó el mundo encima. La rabia poco a poco le llenó cada uno de los poros de la piel. Lo primero que hizo fue buscar a su mujer.

-¡Clara! ¿Has visto lo que ha hecho tu hijo?

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