Aquel chaval se había aprendido bien los
argumentos principales del suicidismo. David no creía lo que veía. Era una
amenaza de muerte invertida. El propietario del bar, que reconocía al chico por
ser un cliente habitual, apretó los dientes con fuerza. Todos los clientes
estaban pendientes de su decisión. Probablemente era un farol, pero no quería
arriesgarse a intentarlo.
-Un café con hielo, ¿no? – dijo el
propietario. El chico sonrió.
-Sí. Me alegro que te acuerdes. Perdona, por
lo que te he hecho pasar.
El chico intentó darle una palmada amistosa
en el brazo pero el hombre apretó los dientes con rabia, dio media vuelta y se
fue a preparar el pedido. David no creía lo que veía. Ahí residía el poder de
los suicidistas. Era algo horrible. No podía quedarse con los brazos cruzados.
La firmeza del chico le sorprendió y David quería saber más. Se levantó, cogió
su almuerzo, poniéndolo encima de su libro de pasatiempos que ahora hacía las
veces de bandeja y se sentó en la mesa del chico que había protagonizado
aquella escena.
-Hola. –Dijo con una sonrisa.
-Buenos días, agente. – Dijo el chico un poco
cohibido. El uniforme policial siempre impone.
- ¿He hecho algo malo?
-No, no. No pasa nada. Técnicamente no estoy
de servicio, es mi descanso. Quería hacerte unas preguntas, de manera personal.
-Adelante. – Llegó su café con hielo a la
mesa y le puso el azúcar.
-Me gustaría saber más cosas sobre esto del
suicidismo. No me quiero afiliar. Estoy seguro que nunca lo haré. Pero quiero
entender más de vuestra “sabiduría”.
- Vaya, señor agente, es una pena que no
quiera hacerse uno de los nuestros. Seguro que lo disfrutaría.
David se rió sin muchas ganas.
-No, chaval. Lo que no entiendo es cómo no tenéis
miedo de que el dispositivo explote sin que se lo mandes.
-¡Para nada! Sólo se activará con el comando
de voz que elegí y con mi voz.
-¿Y si te olvidas de él?
-Mira, cuando recibí el dispositivo había un
manual de uso que recomendaba que la frase detonadora fuera lo contrario a lo
que te hace seguir viviendo. – David lo miró sin entenderlo mucho – Me
explicaré: si yo, por ejemplo, tengo una novia que se llama Marta y ella es la
única que me retiene aquí, mi comando de voz será “Ya no amo a Marta” o “Marta
y yo ya no nos queremos”. Ahí está la genialidad del aparato. No somos
suicidas, somos suicidistas. Tenemos muy presente lo que hace que no nos
matemos, y pasamos el día reforzando ese vínculo. Es sutil, pero es una
alabanza a la vida.
Para David seguía siendo una locura. Tenía
sentido, todo el rollo del “vínculo que lo mantenía con vida” estaba bien, pero
no creía que hubiera que llegar a esos extremos. Le agradeció la charla a aquél
chico, pero seguía compadeciéndose de él.
David llegó a casa a las cinco de la tarde,
como siempre. No estaba cansado, el día había sido tranquilo pero los problemas
iban a empezar en ese instante. Su hijo Alejandro se acercó a él con expresión
nerviosa. Le dijo con voz temblorosa:
-Papá, no me mates. Mira.
Alejandro se puso de perfil a su padre y le
enseñó el dispositivo ANA instalado en su sien derecha. A David se le cayó el
mundo encima. La rabia poco a poco le llenó cada uno de los poros de la piel. Lo
primero que hizo fue buscar a su mujer.
-¡Clara! ¿Has visto lo que ha hecho tu hijo?
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