La mesita explotó en mil
pedazos. Ambos nos asustamos pero tuvimos la misma reacción: nos pusimos a
reír. Él por que pudo comprobar que lo que me había puesto en la cabeza
funcionaba, yo tenía un cóctel de nervios y emoción que me produjo una risa
descontrolada.
-¡Bien! – me dijo con unos
ojos llenos de ilusión – ahora hay que aprender a controlarlo. Ven mañana y
empezaremos a “entrenar”. Ten esto. – Me dio una libretita – Apunta aquí todas
las sensaciones, experiencias o avances que hagas.
Me levanté poco a poco y
recogí mis cosas. Él me acompañó a la salida, se aseguró que no estaba muy
desorientado para volver a casa y volvió a meterse en la alcantarilla. Estaba
muy oscuro. No tenía ni idea de la hora que era. Recordé que me dijo que me iba
a poner el otro chip para curar con la luz azul y estuve tentado a hacerme un
rasguño en la mano e intentar curármelo pero me retuvo la posibilidad de que
estallara igual que la mesita. Lo que no quería dejar de intentar era la
capacidad de volar que me había prometido el profesor. Me agaché y me apoyé
sobre una rodilla, puse una mano en el suelo y me concentré. Casi por sorpresa
salí disparado hacia el oscuro cielo gritando (debo admitir que mi grito fue
poco masculino). Por un instante quedé suspendido en el cielo, vi todo mi
pueblo con las farolas marcando las calles, fue precioso. Luego descendí a toda
velocidad. Volví a gritar. El suelo se acercaba cada vez más y mi destino era
casi inevitable. Recordé la típica escena de “Misión imposible” en la que el
protagonista se queda suspendido a un palmo del suelo sin tocarlo y cerré los
ojos intentando proyectarla en mi mente. Noté que ya no estaba cayendo. Abrí
los ojos y vi que aún me quedaban unos diez metros antes de tocar el suelo.
Volví a cerrar los ojos y a imaginarme a mí mismo descendiendo poco a poco
hasta tocar el suelo. Supongo que lo que imaginé pasó de verdad porque al
momento mis pies tocaban el suelo. Abrí los ojos y vi que seguía en la misma
calle de la que había salido. Volví a intentar lo de volar, pero esta vez con
los ojos abiertos. Me puse en la posición para saltar y di un salto de 50
metros. Aterricé suavemente encima de un edificio de los que delimitaban la
calle de la alcantarilla del doctor. Fui haciendo saltos impulsado por aquella
nueva habilidad. Llegué a casa en un santiamén.
Abrí la puerta de casa
intentando no hacer ruido puesto que no sabía qué hora era. En el comedor de mi
casa estaba mi hermano jugando a la consola.
-Llegas tarde – me dijo sin
apartar la vista de la televisión.
- Lo dices como si me
importara.
Me
fui a la habitación con la intención de apuntar en la libreta todo lo que había
pasado pero cuando me estiré en la cama me quedé dormido.
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