lunes, 24 de marzo de 2014

Una vida normal

En una casa a las afuera de una cuidad común vivía Gregorio con su preciosa esposa. A él le gustaba pasar las tardes o los días de fiesta, como aquél, leyendo algún libro de poesía si no estaba corrigiendo los exámenes y ejercicios de sus alumnos. Su mujer se acercó y le dio un beso en la frente mientras colocaba un té y unas galletas en la mesita que tenía al lado de la butaca que utilizaba exclusivamente para leer. Ella se sentó en un asiento igual al de su marido, situado junto a él y empezó a ojear una revista del corazón. Gregorio se quitó las gafas de lectura, cerró el libro y miró a su mujer. Sonrió. Ella lo notó y le preguntó con una sonrisa:
-¿Qué pasa?
-Nada. Recordaba el día que nos conocimos. Estoy agradecido de la vida que tenemos ahora.

Ocho años atrás Gregorio salía del instituto donde impartía sus clases de matemáticas. Él era un hombre dedicado y, como nadie lo esperaba en casa, se quedaba hasta tarde en el seminario de ciencias para hacer su trabajo. Era de noche y pocas luces iluminaban su camino hasta el parking donde estaba su coche estacionado. Una luz cegadora en el cielo captó toda su atención. Primero una explosión y luego un punto de luz que cada vez se hacía más grande. Se dirigía hacia él. La luz, que resultó ser un objeto en llamas, impactó contra la escuela y luego se estrelló contra el suelo. El impacto impulsó a Gregorio unos metros hacia atrás. Cuando la tierra y la polvareda que había levantado el contundente cuerpo llameante se disipó Gregorio corrió hacia el lugar de impacto. Allí vio por primera vez a la que sería su mujer. Ella estaba protegida dentro de una especie de globo esférico semitransparente que la mantenía en el centro del mismo. A su alrededor solo había escombros de lo que parecía una nave. Gregorio se acercó y la observó con sorpresa. Su aspecto no era de este planeta. Tenía una cara estirada hacia adelante, su piel era amarillenta y con apariencia más dura que la humana. Su cabeza estaba separada de los hombros por un grueso cuello. Él picó la estructura protectora y la criatura abrió los párpados dejó ver unos ojos pequeños, negros y asustados.
Gregorio escuchó vehículos policiales y temió lo peor. Había visto en películas cómo maltrataban a los seres extraterrestres y no estaba dispuesto a que hicieran lo mismo con aquel ser. La alienígena apretó un botón del brazalete que vestía y la cápsula protectora desapareció.
-¡Ven conmigo! ¡Estás en peligro!
Gregorio la cogió de la muñeca y la arrastró corriendo hacia su coche. La metió en el asiento de copiloto y, después de sentarse él, arrancó el coche. Respiró hondo y volvió a observar a su nuevo invitado.
-A ver, ¿Entiendes lo que te digo? – El ser asintió. – Pues habrá que esconderte, ¿tienes algún disfraz o algo para que no te descubran? – El ser apretó otro botón y su aspecto físico cambió. Ahora era una mujer, de la misma edad de Gregorio. Su piel gruesa y áspera se volvió fina y delicada, su cara alargada ahora tenía unas facciones bellas, sus ojos negros e inexpresivos ahora eran unos preciosos ojos marrones. – Vaya, esto está mejor. Mucho mejor. ¡Vámonos!

-Sí – Contestó su mujer. – La verdad es que, con todo lo que hemos pasado, nos merecemos esta vida tranquila y tan… tan…
-¿Tan normal?
-Exacto – Ella se volvió a acercar a su marido y se besaron. – Por cierto, ¿no era hoy cuando tenías la cita con el médico?
-¡Cierto! Gracias, cariño. Tú siempre tan atenta.
Veinte minutos más tarde, Gregorio se encontraba en la consulta de su médico de cabecera. Siempre que había estado en aquel lugar era por pura rutina. Su médico, le felicitaba continuamente por su salud de hierro, de hecho hicieron amistad y se tuteaban. Pero hacía días que Gregorio tenía problemas digestivos. El doctor se sentó en la mesa con las pruebas, no tenía una cara muy amigable.

-Gregorio, las pruebas que hemos hecho y comprobado afirman un único diagnóstico. No sé cómo decirte esto, pero estás embarazado.

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