lunes, 1 de julio de 2013

Cuando lo dejes ir (1a parte)

Cristian se sentía afortunado. Su novia Sara lo quería y él lo sabía. Tenían la suerte de verse cada día en el instituto donde cursaban bachillerato. El día anterior ella le había dado un regalo de aniversario adelantado: una chaqueta de jugador de rugby, de aquellas típicas de las películas americanas que llevan los más populares. Era roja con las mangas blancas: exactamente la misma que habían visto unos meses atrás en un escaparate de su ciudad. Cristian la lucía aquella mañana con orgullo, no sólo por saber que le quedaba bien, sino porque que aquello representaba, de alguna forma, que su relación iba bien.
Se subió al autobús como todas las mañanas pensando qué podía regalarle a Sara, tenía un par de días antes de que cumplieran su primer año y su regalo debía ser tan genial como el que había recibido. Se sentó en el mismo sitio de siempre esperando que el jefe de estudios de su instituto no lo viera, ya que solían coger el mismo bus y si se sentaban juntos no paraba de hablar. En la parada siguiente, antes de coger la autopista se subió un hombrecillo con una gabardina que le llegaba a los pies. Era calvo y encorvado. Parecía que sostenía una cosa debajo de la gabardina que llevaba. Sudaba mucho y se puso muy nervioso cuando el conductor le llamó la atención cuando se dejó el ticket del viaje. Levantaba la cabeza como buscando a alguien y se sentó al lado de Cristian. A éste le pareció graciosa la manera en que aquel hombre actuaba. El bus arrancó y sobrepasó un badén bruscamente, en ese instante la gabardina de su acompañante se abrió un poco y dejó ver lo que llevaba debajo. Cristian vio el cargamento de dinamita y abrió los ojos sin poderlo disimular, el hombrecillo observó la expresión del chico y se tapó rápidamente. Cristian empezó a negar con la cabeza, pero las palabras se le escapaban.
-No, no, no. ¡NO! No voy a morir aquí ¿Me oyes?
- Cállate – le respondió aquel hombrecillo.
-¡Este hombre tiene una bomba!
Los pasajeros empezaron a murmullar. Cristian le dio un empujón a aquel hombre y lo lanzó al pasillo de autobús.
-¡No nos vas a matar, cabrón! ¡Sal de aquí!
El hombrecillo abrió la gabardina y todos pudieron ver lo mismo que Cristian había visto unos segundos antes y además una pantalla con una cuenta hacia atrás que marcaba solamente ocho segundos.
-Demasiado tarde – dijo el hombre con una sonrisa.
-¡No! ¡No voy a morir aquí! – Cristian fue a darle un puñetazo como si así pudiera detener la bomba. No llegó a tocar la cara del hombrecillo, la bomba estalló antes. 

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