Cristian se sentía afortunado. Su novia Sara lo
quería y él lo sabía. Tenían la suerte de verse cada día en el instituto donde
cursaban bachillerato. El día anterior ella le había dado un regalo de
aniversario adelantado: una chaqueta de jugador de rugby, de aquellas típicas
de las películas americanas que llevan los más populares. Era roja con las
mangas blancas: exactamente la misma que habían visto unos meses atrás en un
escaparate de su ciudad. Cristian la lucía aquella mañana con orgullo, no sólo
por saber que le quedaba bien, sino porque que aquello representaba, de alguna
forma, que su relación iba bien.
Se subió al autobús como todas las mañanas pensando
qué podía regalarle a Sara, tenía un par de días antes de que cumplieran su primer
año y su regalo debía ser tan genial como el que había recibido. Se sentó en el
mismo sitio de siempre esperando que el jefe de estudios de su instituto no lo
viera, ya que solían coger el mismo bus y si se sentaban juntos no paraba de
hablar. En la parada siguiente, antes de coger la autopista se subió un
hombrecillo con una gabardina que le llegaba a los pies. Era calvo y encorvado.
Parecía que sostenía una cosa debajo de la gabardina que llevaba. Sudaba mucho
y se puso muy nervioso cuando el conductor le llamó la atención cuando se dejó
el ticket del viaje. Levantaba la cabeza como buscando a alguien y se sentó al
lado de Cristian. A éste le pareció graciosa la manera en que aquel hombre
actuaba. El bus arrancó y sobrepasó un badén bruscamente, en ese instante la
gabardina de su acompañante se abrió un poco y dejó ver lo que llevaba debajo.
Cristian vio el cargamento de dinamita y abrió los ojos sin poderlo disimular,
el hombrecillo observó la expresión del chico y se tapó rápidamente. Cristian
empezó a negar con la cabeza, pero las palabras se le escapaban.
-No, no, no. ¡NO! No voy a morir aquí ¿Me oyes?
- Cállate – le respondió aquel hombrecillo.
-¡Este hombre tiene una bomba!
Los pasajeros empezaron a murmullar. Cristian le dio
un empujón a aquel hombre y lo lanzó al pasillo de autobús.
-¡No nos vas a matar, cabrón! ¡Sal de aquí!
El hombrecillo abrió la gabardina y todos pudieron
ver lo mismo que Cristian había visto unos segundos antes y además una pantalla
con una cuenta hacia atrás que marcaba solamente ocho segundos.
-Demasiado tarde – dijo el hombre con una sonrisa.
-¡No! ¡No voy a morir aquí! – Cristian fue a darle un
puñetazo como si así pudiera detener la bomba. No llegó a tocar la cara del
hombrecillo, la bomba estalló antes.
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