martes, 2 de julio de 2013

Cuando lo dejes ir (2a parte)

Sara no sabía por qué Cristian no había ido a clase. Supuso que se había quedado dormido. Sonreía al pensar que probablemente se había acostado la noche anterior con la chaqueta puesta y que con el calor no había podido dormir. Ese pensamiento la hizo relajarse y sacó los apuntes, la clase empezó. Normalmente las clases de Literatura eran aburridas: el profesor era un sexagenario que se plantaba delante de la pizarra y recitaba las clases como un radiocasete viejo y rallado. Pero aquel día la clase tuvo una serie de sorpresas inesperadas. Para empezar la silla del profesor se arrastró unos metros sin que nadie la empujara. Los alumnos se extrañaron, algunos empezaron a tener miedo. El rotulador rojo de la pizarra magnética levitó y escribió, bajo los atentos ojos de los presentes, la palabra FUERA. Al principio nadie supo qué significaba, pero todos lo entendieron cuando un golpe en la ventana resonó por todo el aula. El profesor exclamó, como si se acabara de despertar:
-¡Vamos, todos fuera!
Apelotonándose en los pasillos creados por las mesas de la clase, los alumnos salieron con dificultad del aula. Sara no. A Sara una voz que provenía de ningún sitio le dijo “Quédate”. Cualquiera hubiera pegado un salto del susto, pero Sara reconocía aquella voz. De hecho la tranquilizó y ella obedeció la orden. El profesor salió del aula, se giró y vio a Sara sentada aún en su pupitre, fue a buscarla pero la puerta se cerró como con un golpe de viento. No fue un golpe de viento: el viento no gira las cerraduras de las puertas.
Sara estaba inmóvil, sentada en su pupitre esperando que aquella voz volviera a hablarle. Quería que aquella voz volviera a hablarle. Vio una silueta en el lugar donde unos instantes atrás su profesor recitaba la clase del día. Lo reconoció enseguida: era Cristian con su chaqueta nueva. Se levantó, tenía un mal presentimiento, una vocecita le decía que algo andaba mal pero por otra parte estaba contenta de poder ver a su novio. Entonces se dio cuenta, podía ver las letras de la pizarra a través del cuerpo semi-transparente de su novio. Se tapó la boca por la sorpresa.
-¿Cri…Cristian?
La figura se giró lentamente sin mover ni un músculo, como si estuviera encima de una plataforma giratoria. Efectivamente era Cristian pero su cara tenía una expresión de tristeza que Sara no había visto nunca. Siempre que Cristian estaba cerca de su novia no podía dejar de sonreír. Era más un gesto incontrolado que una expresión voluntaria, siempre sonreía con ella. Pero no esta vez. Tenía los ojos hundidos en unas ojeras oscuras. Como si hubiera llorado tanto como para no dormir tres días seguidos. Levantó la mirada y la vio. Su cara intentaba reproducir la sonrisa involuntaria pero no podía.
-Sara… Tienes que ayudarme. 

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