Sara no sabía por qué Cristian no había ido a clase.
Supuso que se había quedado dormido. Sonreía al pensar que probablemente se
había acostado la noche anterior con la chaqueta puesta y que con el calor no
había podido dormir. Ese pensamiento la hizo relajarse y sacó los apuntes, la
clase empezó. Normalmente las clases de Literatura eran aburridas: el profesor
era un sexagenario que se plantaba delante de la pizarra y recitaba las clases
como un radiocasete viejo y rallado. Pero aquel día la clase tuvo una serie de sorpresas
inesperadas. Para empezar la silla del profesor se arrastró unos metros sin que
nadie la empujara. Los alumnos se extrañaron, algunos empezaron a tener miedo.
El rotulador rojo de la pizarra magnética levitó y escribió, bajo los atentos
ojos de los presentes, la palabra FUERA. Al principio nadie supo qué
significaba, pero todos lo entendieron cuando un golpe en la ventana resonó por
todo el aula. El profesor exclamó, como si se acabara de despertar:
-¡Vamos, todos fuera!
Apelotonándose en los pasillos creados por las mesas
de la clase, los alumnos salieron con dificultad del aula. Sara no. A Sara una
voz que provenía de ningún sitio le dijo “Quédate”. Cualquiera hubiera pegado
un salto del susto, pero Sara reconocía aquella voz. De hecho la tranquilizó y
ella obedeció la orden. El profesor salió del aula, se giró y vio a Sara
sentada aún en su pupitre, fue a buscarla pero la puerta se cerró como con un
golpe de viento. No fue un golpe de viento: el viento no gira las cerraduras de
las puertas.
Sara estaba inmóvil, sentada en su pupitre esperando
que aquella voz volviera a hablarle. Quería que aquella voz volviera a
hablarle. Vio una silueta en el lugar donde unos instantes atrás su profesor
recitaba la clase del día. Lo reconoció enseguida: era Cristian con su chaqueta
nueva. Se levantó, tenía un mal presentimiento, una vocecita le decía que algo
andaba mal pero por otra parte estaba contenta de poder ver a su novio.
Entonces se dio cuenta, podía ver las letras de la pizarra a través del cuerpo
semi-transparente de su novio. Se tapó la boca por la sorpresa.
-¿Cri…Cristian?
La figura se giró lentamente sin mover ni un músculo,
como si estuviera encima de una plataforma giratoria. Efectivamente era
Cristian pero su cara tenía una expresión de tristeza que Sara no había visto
nunca. Siempre que Cristian estaba cerca de su novia no podía dejar de sonreír.
Era más un gesto incontrolado que una expresión voluntaria, siempre sonreía con
ella. Pero no esta vez. Tenía los ojos hundidos en unas ojeras oscuras. Como si
hubiera llorado tanto como para no dormir tres días seguidos. Levantó la mirada
y la vio. Su cara intentaba reproducir la sonrisa involuntaria pero no podía.
-Sara… Tienes que ayudarme.
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