miércoles, 13 de marzo de 2013

Medio año (2a parte)


Lo primero fue fácil, decidieron tener al bebé. Pablo pensó que podía encontrar trabajo y encargarse de los dos, al fin y al cabo la única cosa que quería era convertirse en un hombre, no le importaba si era yendo a la universidad o empezando a tener responsabilidades patriarcales.
Lo segundo fue más difícil.
- ¡¿Que tú qué?! – A la madre de Pablo, Maite, se le pusieron los pelos de punta nada más oír la historia y la decisión de su hijo.
- Mama, no grites
- ¿Qué no grite? ¿Pero que te piensas? ¡¿Qué puedes echar a perder toda tu vida hipotecándote de esta manera?!
La situación era previsible, pero Pablo quiso plantarle cara. Defendería a su chica costara lo que costara. Mónica había sido la primera persona en atreverse a conocerlo, la primera en querer escucharlo, en anhelar verlo y abrazarlo. De hecho, Pablo llegó a pensar que ni siquiera su madre había llegado a ese punto con él, que estaba demasiado ocupada en su salvación y preocupándose en “qué pensarán los demás”… y lo vio claro cuando ella mismo lo dijo:
- ¡Que le diremos a la gente? ¿¡Que mi hijo trabaja para mantener a un bastardo!? Iras al infierno por esto, lo sabes, ¿no?
El padre de pablo, que había estado callado todo el rato, tosió indicando su entrada en la conversación. Lo único que dijo, dirigiéndose a su hijo, fue:
- Vete
Ya estaba, ni más ni menos. Era lo que Pablo esperaba oír, el permiso de su familia para dejar atrás aquel mundo que sólo lo había llevado por la marginación. En ese instante Mónica vomitó.

Pasaron los meses. Después de estar un tiempo en casa de los agradecidos padres de Mónica, Pablo encontró trabajo, después un piso, que de tan pequeño era ridículo, pero su nuevo nido, o mejor dicho, su nueva guarida. Él adelgazó bastante: el sueldo no le llegaba para muchos caprichos y todo lo invertía en ella: dietas, libros de aprendizaje, ropa pre-mamá… se podía decir que Pablo se alimentaba de la felicidad de Mónica.
Un día, estando en el trabajo, recibió una llamada, Mónica había sido ingresada, había roto aguas y estaba dilatando. “No puede ser” se dijo “aún es muy pronto” y salió corriendo hacia el hospital.
Habían pasado seis meses, los seis meses más largos de su vida, pero en aquel momento, rodeado de paredes de color verde, batas blancas y caras pálidas, el tiempo que había pasado con Mónica le parecía un suspiro.
Encontró la habitación del parto, pero no consiguió que lo dejaran entrar, no era familiar ni pariente cercano, no era nada. Consiguió ver, por el cristal de la puerta, el llanto de Mónica.
El bebé no lo consiguió, era demasiado pronto para él. También había sido demasiado pronto para Mónica, el parto se complicó y ella tampoco lo consiguió.
Pablo se quedó solo y, tal y como estaba seis meses antes, volvió a envidiar aquellas lágrimas que acariciaban las mejillas de Mónica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario